Afirmaba el otro día el presidente Lambán que José Antonio Primo de Rivera había «apostado desde el principio por la reconciliación y amnistía» (sic.).
Cada quién es libre de escoger a sus referentes históricos, ¡faltaría más! Pero seamos conscientes de que ese acto de elección nos define y nos sitúa ante un enfoque de la realidad concreto.
Con motivo del aniversario de la Constitución me he parado a pensar en los míos y he tratado de buscar a dos personas que, a priori parecían partir de las antípodas ideológicas y sociales, pero que fueron decisivas para lograr esa concordia. Una, Dolores Ibárruri, vistió de humilde luto carbón casi toda la vida, coronada por un sencillo moño, y la otra llevó las mejores galas, hasta que dejaron de interesarle y se pasó a los vaqueros bordados con flores.
«¿Conoces a Carmen Díez de Rivera?». Si le preguntas a quienes vivieron los años 70, con dificultad se acuerdan de esa aristócrata rebelde de ojos azul eléctrico. “La musa de la Transición”, la bautizó Umbral muy a pesar de ella, según cuenta la periodista y biógrafa Ana Romero.
Hasta la fecha es la única mujer que ha ostentado la Jefatura de Gabinete de Presidencia del Gobierno. Imaginen qué poder tuvo en una época tan trascendental, sólo pensando en la influencia de otros jefes de gabinete como Iván Redondo o Jorge Moragas. Creo que le debemos el reconocimiento de haber sido una de las más firmes defensoras de la democracia que hoy tenemos por el papel que jugó. Adolfo Suárez nombró como su mano derecha a Carmen Díez de Rivera (a la sazón, la única mujer que ha ostentado el cargo de Jefa de Gabinete de Presidencia) y confió en ella algunas de las decisiones más relevantes de la Transición. Sí, en esa época en la que los acontecimientos eran tan frenéticos que los días eran semanas y los meses años.
Es por ello que Carmen no se sentía musa, porque fue mucho más que eso. Desde este cargo impulsó avances trascendentales, como la supresión del Tribunal de Orden Público. Pero sobre todo apostó por la consolidación democrática y defendió la legalización de las centrales sindicales y de los partidos políticos, en especial del Partido Comunista.
Fue corresponsal en la vida real, en la calle, para «señoritos» como Suárez o el propio Juan Carlos, su amigo de la infancia. A pesar de que había nacido en una familia aristócrata y simpatizante con la Falange, ella supo emanciparse ideológica y vitalmente. Sus vivencias en Costa de Marfil o su paso por París, para estudiar en la Sorbona, donde entabló amistad con Jean-Paul Sartre y Michelle Vian, pareja de Boris Vian, le convencieron de que el camino que debía tomar España era el de la democratización plena.
Según su biógrafa, Carmen conservó en su salón una foto con Dolores Ibárruri «La Pasionaria». ¿Qué extrañas ideas conectan a estas dos mujeres?
En otro plano de la realidad social bien distinto habitó la que fue la única diputada electa en la II República y en la Legislatura Constituyente (1977-1979). «la Pasionaria» es la única persona que conecta dos democracias separadas por el abismo de la Guerra Civil y cuatro décadas de dictadura franquista.
Ella no pudo estudiar en Oxford ni en la Sorbona como Carmen. Sus planes de acceder a la Escuela Normal de Maestras se vieron truncados por las necesidades materiales, teniendo que dejarlo para trabajar de costurera y sirvienta. Una mujer que se abrió paso desde el seno de una familia minera a través de la lucha social, defendiendo la República incluso cuando todo estuvo perdido, desde el exilio. Manteniendo la llama de la esperanza, como ese candil que aparece en el Guernica de Picasso. Luz en mitad del horror y la devastación. Quedaba mucho por lo que luchar.
Me parece que estas dos mujeres, Dolores y Carmen, encarnan perfectamente a estos dos mundos. Esas dos Españas que llegaron a una síntesis de coyuntura en la Transición. Se dejaron la piel para alcanzar acuerdos y muchos (hoy juzgamos que demasiados) pelos en la gatera. Pero las circunstancias fueron así y se confiaba en la progresiva maduración de la democracia.
No obstante, y esto ya es fruto de mi suposición, también tengo claro que ninguna de las dos estaría cómoda hoy con una Constitución hierática y a la que se niega la evolución hacia la modernidad. En 2021 todavía tenemos una Carta Magna vestida con faja y melena cardada con laca. Que juega al chocolate inglés con la estrategia del que no avanza, por miedo a que le devuelvan a la casilla de salida. Que perpetúa monarquías extemporáneas y que mira a otro lado cuando se pisotea su Título I en nombre del Capital, por no hablar de que se queda a medias con la separación Estado-Iglesia, entre muchos otros anacronismos.
Como sociedad nos toca retomar el espíritu constituyente para reflexionar sobre el tipo de país, de instituciones y de ideas clave que necesitamos para afrontar esta nueva etapa de la Historia. Debemos avanzar hacia un modelo federal que agrupe a todas las identidades bajo una bandera de progreso y vida digna.
Estoy segura de que si hoy viviera Dolores Ibárruri, como leninista, haría un certero análisis de coyuntura, entendiendo que España ha cambiado y la concordia hoy pasa por la garantía de derechos para la mayoría social. Por su parte, estoy convencida de que Carmen Díez de Rivera estaría de acuerdo por una cuestión de instinto, del olfato político que le caracterizaba. (Y que, en ocasiones, se atribuyó injustamente a Suárez)
Sí, señor Lambán. Sí que hubo una Rivera que trabajó por la concordia. Pero fue Carmen, no José Antonio.
Artículo de Blanca Enfedaque publicado en Arainfo el 1 de Diciembre de 2021
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