Seguramente hoy, junto al genocidio televisado, y permitido por la inacción internacional, que sufre el pueblo palestino, a la provocación rusa sobre el espacio aéreo de Polonia, la reducción de la jornada laboral que han tumbado las derechas, el juicio al fiscal general del estado mientras el confeso estafador a hacienda sigue tan tranquilo y el empeño de un juez en procesar a quienes se han manifestado a favor del pueblo palestino durante las etapas de la vuelta a España, la mayoría de medios, tertulias y demás hablarán del salvaje atentado de las torres gemelas, pero nadie hablará del golpe de estado que acabó con la libertad y la democracia en Chile.

Hoy, 11 de Septiembre, es un día para homenajear a los asesinados por Pinochet y los suyos, para recordar a las víctimas de los atentados terroristas. Es un día, también, para condenar el terrorismo que son los golpes de estado.

También , como todos los días del año, es para condenar y repudiar el terrorismo que asesina indiscriminadamente y, también, para reclamar la libertad, pero libertad con derechos, libertad sin «guardianes del orden». Para reclamar esa libertad que nos están quitando y esa democracia que corre peligro si seguidores y aplaudidores de especímenes como Trump, Milei, Orban o Netanyahu llegan a coger más poder.

Hoy, solamente algunos y algunas, recordaremos que hace 52 años, en Chile, los militares chilenos, apoyados por la CIA, acabaron con el gobierno socialista de Salvador Allende.

Allende, con la Unidad Popular, llegó al gobierno a finales de 1970. Consiguió que Chile fuera el primer país de toda hispanoamérica que tuvo un gobierno socialista llegado por la vía democrática de unas elecciones.

Allende, socialista y con un programa político marxista, quería implantar el socialismo mediante una serie de reformas económicas y sociales, la vía chilena al socialismo. Allende quería nacionalizar los recursos y sectores estratégicos, quería dar al pueblo chileno educación, sanidad, vivienda,… quería reconocer autonomía a los pueblos indígenas, quería que su pueblo rompiera las cadenas de la dependencia de los poderes económicos que estaban en manos de capital estadounidense y de las grandes familias burguesas. Quería, en definitiva, que Chile fuera un país más justo, más libre y más democrático.

Lamentablemente la Unidad Popular y Allende llegaron a Chile cuando el imperio, utilizando a la CIA y a los poderes económicos, había decidido que en latinoamérica no se instalaba ningún régimen de izquierdas.

Nixon, lo había dejado muy claro,«no habría más Cubas en América», así que soltó a Kissinger, a la CIA y puso toda la pasta necesaria para que la izquierda no avanzase en América. No importaba nada apoyar golpes de estado ni ayudar al establecimiento de sangrientas dictaduras militares.

El mecanismo y táctica fue la habitual, presiones a la banca internacional para ahogar la economía chilena, actos desestabilizadores y violentos, atentados de la extrema derecha, compra de medios de comunicación y sobornos de militares y personas influyentes.

Hoy ya se conocen las pruebas de la participación norteamericana en el derribo del gobierno de Allende.

Se conocen porque el Archivo Nacional de Seguridad, en 1998, 25 años después del golpe de Pinochet, desclasificó documentos. En ellos hay: transcripciones de reuniones de agentes de la CIA con militares chilenos, correspondencia entre la estación de la agencia en Santiago y la central en EE UU, recibos de pagos y subvenciones a políticos locales, medidas de boicot a la economía chilena, etc.

A Allende, al «Chicho», no le dejaron salvar a su pueblo.

Hoy, recordamos a Allende. Lo hacemos sabiendo que tenemos que conseguir abrir las alamedas, sabiendo que mataron el sueño de Allende y las esperanzas del pueblo chileno, pero sabiendo, también, que la lucha continua, que igual que pudo ser en Chile, en 1970, un día será posible y ese día, cuando llegue, no dejaremos que vuelvan a cerrar las alamedas y las llenen de sangre.

¡¡Allende, presente¡¡

Adolfo Barrena

Director Ejecutivo