Hoy, a punto de terminar el año, recuerdo aquel otro 30 de Diciembre de 1969 en el que Franco, a través de la radio y de la televisión que dirigía Adolfo Suárez, comunicó a los españoles (las españolas no pintaban nada por aquel entonces) en su discurso de fin de año que «todo ha quedado atado y bien atado con la designación como mi sucesor, a título de rey, del príncipe D.Juan Carlos de Borbón«.
El tema venía de atrás. Primero debemos recordar que las denominadas Cortes Españolas, fueron creadas en 1942, a imagen y semejanza del sistema corporativo del fascismo italiano y se conformaban con la representación orgánica en vez de con la representación democrática otorgada por el voto ciudadano.
El Presidente de esas cortes lo nombraba directamente el caudillo y los procuradores (no quisieron llamarles diputados) lo eran por derecho propio, porque los designaba el propio Franco o los nombraban las entidades corporativas. Nunca fueron un órgano legislativo por cuanto en la dictadura no hubo separación de poderes y todo se concentraba en la jefatura del estado.
El Caudillo, en el discurso inaugural de cuando se pusieron en marcha, dejó muy claro el ideario del régimen: «Queremos libertad, pero con orden, y consideramos delictuoso cuanto vaya contra Dios o la moral cristiana, contra la Patria y contra lo social, ya que Dios, Patria y Justicia son los tres principios inconmovibles sobre que se basa nuestro Movimiento.»
En 1947 las Cortes franquistas aprobaron la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado mediante la cual, el dictador establecía, que España se convertía en reino católico y que, tras su mandato vitalicio, le sucedería un rey sometido a los principios y leyes fundamentales del régimen franquista.
Como no teníamos rey, los Borbones habían huído al llegar la II República, el Caudillo empezó a buscar quien, una vez fallecido él, sería nombrado rey y ocuparía la Jefatura del Estado.
Evidentemente el rey que le sucediera debería ser fiel a su ideario, dejar las cosas como estaban y no molestar ni a la burguesía, ni al ejército, ni a la iglesia, ni a ningún estamento franquista.
Llegamos a 1969 y Franco decide que es el momento de elegir sucesor. Así que utiliza, como siempre, a las Cortes franquistas para que aprueben la Ley 62/1969 que ya declara al Príncipe Juan Carlos de Borbón como sucesor cuando el Caudillo muera. En ella se establece que, para ser designado sucesor, y rey, el principito debe jurar fidelidad a Franco y a los principios del Movimiento Nacional. A ese Movimiento, cuyo catecismo era la Patria, la religión católica y la familia, juró lealtad el Rey Juan Carlos (actual emérito huído con las maletas llenas) en dos ocasiones. La primera cuando fue designado sucesor de Franco, en Julio de 1969. En esa ocasión el príncipe Borbón, en su discurso, defendió “la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936” y se refirió a la Guerra de España como una serie de sacrificios “tristes, pero necesarios para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino.”
La segunda en noviembre de 1975, cuando las Cortes franquistas le proclamaron rey. En esa ocasión, pueden leerlo en el diario de sesiones del Congreso, Juan Carlos, con su mano derecha sobre la Biblia proclamó: “Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”.
Resumiendo, el campechano juró lealtad a un movimiento fascista y totalitario al que debía su corona. El colmo fue que, en su discurso, proclamó que tenía el título de Rey, por “la tradición histórica, las Leyes Fundamentales del reino y el mandato legítimo de los españoles”. Más allá de la falta de rigor de sus afirmaciones lo cierto es que tenía el título, sobre todo, porque así lo había decidido una dictadura asesina a la que había prometido lealtad y obediencia.
Fíjense si el caudillo dejó todo atado y bien atado que el 22 de Noviembre, a los dos días de la muerte del dictador que aún estaba sin enterrar, se suspendió el luto y el duelo oficial para ponerle la corona a Juan Carlos I. Tuvimos un rey (en 1975) antes de que la Constitución (en 1978), esa que tanto gusta a mucha gente hoy en día, dijera que este país era una monarquía parlamentaria.
Se le da mucha importancia a que, de esta forma, Franco colocó la monarquía. Cierto, pero con esa frase del “todo atado” el dictador mandaba, también, un claro mensaje tranquilizador a quienes creían que la dictadura, y por tanto sus privilegios, moriría con él y pedían que su testamento político garantizara la continuidad del régimen.
De hecho el recién coronado Rey no tuvo ningún empacho en afirmar su “respeto y gratitud” hacia el Caudillo añadiendo que “su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la Patria”. (Discurso de D.Juan Carlos en la ceremonia de coronación).
Luego vinieron la Constitución y la transición y se asumió el lavado de cara que el propio franquismo, aprovechando la debilidad de la oposición, impuso con la amenaza de golpes de estado. Nos explicaron aquello de la “modélica transición a la democracia”, pero el franquismo no acabó con la Constitución. Conocido como el “franquismo sociológico”, ahí sigue.
Nunca se produjo una ruptura democrática con la dictadura, ni hubo, como en otros países que sufrieron regímenes dictatoriales, una condena del franquismo. Ya hemos visto que la propia monarquía, uno de los iconos de la transición, llegó teledirigida por la dictadura. De la noche a la mañana todo el aparato franquista quedó acomodado en nuestra democracia. De hecho policías, jueces y militares, fieles colaboradores de la dictadura, siguieron en sus puestos.
Ciertamente Franco dejó todo atado y bien atado. Pero algunos y algunas, reconociendo que en aquellos tiempos se hizo lo que se pudo, pensamos que ya es momento de decir la verdad, de superar el silencio, la ocultación, el olvido y la falsificación del pasado que hemos sufrido.
Especialmente ahora cuando despierta el fascismo que nunca se marchó y el revisionismo quiere volver a reescribir la historia y enterrar la Memoria Democrática.
Creemos que es tiempo de cortar la cuerda que ata nuestra democracia.
Adolfo Barrena Salces (Director Ejecutivo)
Artículo publicado en Arainfo el 30 de Diciembre de 2024
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