Hemos visto el rechazo ciudadano a que un equipo israelí participe en la Vuelta Ciclista a España. Un rechazo que forma parte de la gran movilización popular de condena al genocidio y de solidaridad con el pueblo palestino.

Son muchas las voces que respaldan esta movilización, y otras tantas las que la censuran. Entre estas últimas, la crítica más recurrente es la de quienes reclaman separar política y deporte. “No politizar las cosas”, dicen. Es la forma moderna de disfrazar la indiferencia y de evitar tomar partido. En este caso, sirve para no condenar el genocidio de Israel y, además, señalar con desprecio a quienes muestran su solidaridad con Palestina. Incluso hay quien se atreve a llamar terroristas a esas personas.

La política está presente en todas las facetas de la vida, también en el deporte. Usar en tono peyorativo el argumento de “no politizar” es incultura democrática. Es, en realidad, hacer el juego a los populismos reaccionarios que culpan a la política de todos los problemas, mientras los verdaderos corruptos y arribistas se aprovechan para medrar en ella. Brecht lo dejó claro: “El analfabeto político es tan burro que hincha el pecho diciendo que odia la política”. Y Machado lo remató: “Haced política porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y, probablemente, contra vosotros”.

El deporte no está al margen. Hay políticas buenas y políticas miserables. Hace política, de la peor, el deportista de élite que fija su residencia en un paraíso fiscal para eludir impuestos. También la hacen quienes llevan competiciones a países que vulneran derechos humanos. Fue una decisión política excluir a los equipos rusos, igual que lo es permitir la participación de equipos israelíes.

La historia nos lo recuerda. El Gobierno de la II República y miles de deportistas decidieron boicotear las Olimpiadas de Berlín de 1936 porque eran un escaparate de la Alemania nazi. En Barcelona estaba previsto celebrar, como alternativa, la Olimpiada Popular, con 6.000 atletas de 22 países y delegaciones de pueblos sin Estado reconocido, como Palestina, Argelia o los judíos perseguidos. Su manifiesto era claro: mientras los Juegos de Berlín propagaban la esclavitud y el odio racial, la Olimpiada Popular defendía igualdad, paz y educación. No se celebró porque el golpe de Estado del 18 de julio lo impidió. Muchos de esos deportistas se quedaron para luchar al lado de la República contra el fascismo.

Ese precedente es contundente. Hubo deportistas que arriesgaron todo para plantarse frente al nazismo. Hoy, en cambio, vemos a ciclistas, comentaristas, tertulianos y políticos escandalizados porque la ciudadanía exige la expulsión de un equipo israelí y acciones inmediatas contra Netanyahu. La gente no pide que se cancele el ciclismo. Pide frenar un genocidio tolerado por la inacción internacional.

La demanda es inequívoca: romper relaciones diplomáticas, económicas y de todo tipo con un Estado asesino. Eso es lo que reclama la movilización popular. Eso es lo que exigimos. Y es, en esencia, política.

Adolfo Barrena, director ejecutivo de la Fundación 14 de abril

Artículo publicado en El Periódico de Aragón el 13 de Septiembre de 2025