– ¿Puedo serle Franco?
– Por supuesto.
– Bien, pues queda inaugurado este pantano.
Este chiste de juego lingüístico podría hacer irónica justicia a las obscenas afirmaciones del exrey Juan Carlos I, más pretérito que emérito, quien en sus desmemoriadas memorias elogia al dictador Francisco Franco afirmando que le respetaba enormemente, que apreciaba su inteligencia y su sentido político. Y por eso nunca dejó que nadie lo criticara delante de él, ya que lo admiraba porque no pudieron destronarlo, ni siquiera desestabilizarlo, lo cual, durante tanto tiempo, es un logro.
No es el rey emérito precisamente un representante del siglo de las luces. En todo caso, él sería más bien del Vigo de las luces con lo que le gustan los fastos, el lujo y el dinero. Así que, aunque no se esperaba de él un atisbo de pensamiento real, podía haber tenido un mínimo destello de vergüenza ficticia y no hacer afirmaciones más propias de una mente franquista que de una franca mente.
“Es costumbre real el robar, pero los borbones exageran” es una afirmación atribuida a Charles Maurice de Talleyrand, el político y diplomático francés que participó en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, a la vez que propuso una ley de educación universal y gratuita que solo cien años después se haría realidad. En el caso de Juan Carlos de Borbón el latrocinio no es solo material puesto que ahora pretende apropiarse de la memoria colectiva del pueblo español.
En efecto, hay que tener un grado de infamia superlativo para no respetar a las víctimas de un régimen sanguinario haciendo esas afirmaciones en un contexto en el que alrededor de un 20 % de los jóvenes españoles consideran positiva la dictadura franquista y uno de cada cinco españoles (en concreto, el 21,3 %) estima que los años de la dictadura franquista fueron buenos o muy buenos para España.
Este 20 de noviembre se cumplen 50 años de la muerte del dictador y no deberíamos dejar de recordar a nuestros jóvenes lo difícil que es ganar las libertades y lo fácil que resulta perderlas. Decirles que la Segunda República fue un régimen digno y democrático que abordó en España la urgencia de una reforma agraria, la necesidad de la universalización de la educación, la extensión de los derechos básicos a todos los ciudadanos incluyendo, por primera vez en la historia de España, el derecho al voto de las mujeres. E insistir hasta la saciedad en que con Franco no se votaba, no había derechos, se fusilaba arbitrariamente y se podía ir a la cárcel por cualquiera de las cosas que ahora esos jóvenes hacen con normalidad. Que durante el franquismo estaban prohibidos los partidos políticos y los sindicatos, el divorcio, el matrimonio civil y la exhibición de ideologías liberales. Y que, asimismo, existía una asfixiante censura de la prensa, el cine, la literatura y el teatro o de cualquier otra actividad cultural o festiva, incluida la prohibición del carnaval.
Los jóvenes, especialmente las mujeres jóvenes, tienen que saber que ese régimen al que algunos dicen añorar se cebó especialmente con los derechos de las mujeres a las que relegaba al hogar, a la maternidad y al cuidado de la familia necesitando el permiso de sus maridos para trabajar, abrir una cuenta bancaria o, incluso, para viajar al extranjero. Porque la dictadura consideraba, en palabras de Pilar Primo de Rivera, que “la vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular o disimular, no es más que un eterno encontrar a quien someterse porque las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles”. Igualmente, los homosexuales eran encarcelados y torturados por ser considerados sujetos peligrosos al aplicarles una ley cuyo nombre es en sí mismo un desatino legal y humano: la Ley de Vagos y Maleantes.
Esta fue la inteligencia y el sentido político de un dictador del que el rey emérito nunca permitía que nadie hablase mal cuando hablar mal de él supone hablar bien de quienes fueron los verdaderos protagonistas de los cambios sociales, ciudadanos y no súbditos, con la razón que les otorga algo tan elemental y necesario como reivindicar una existencia digna y libre.
Así que deberíamos seguir contándoles a los jóvenes que, contra un régimen de represión y miedo, hubo gente que se jugó la vida para que ellos puedan decir ahora las cosas que dicen sin temor ni temblor. Que en 1962 una huelga en las cuencas mineras de Asturias se enfrentó al franquismo exigiendo libertades públicas y derechos sociales, sufriendo muchos mineros cárcel, torturas y despidos. Que hace más de 50 años, líderes sindicales como Marcelino Camacho o Nicolás Sartorius fueron condenados con una dura sentencia que sumaba 162 años por defender la libertad, la democracia y los derechos de los trabajadores en nuestro país. Conviene recordarlo en unos momentos en los que ideas tan fundamentales como las de igualdad, equidad o conciencia política parecen diluirse ante nuestra indiferencia en este contexto de polarización promovida, descrédito interesado y desidia asumida.
Y, finalmente, recordarles a los jóvenes que la única fiesta que se puede acabar es la de sus derechos, porque quienes les mienten con arreglarlo todo de repente no les van a traer más oportunidades, simplemente les resultan oportunos. La historia nos cuenta que las soluciones finales son solo el inicio de problemas aún más trágicos.
“Franco murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle”, afirma Nicolás Sartorius, un vivo ejemplo de dignidad y solidaridad cuya inteligencia sí resulta luminosa, con la conciencia de que nunca se regaló la libertad porque los derechos no caen del cielo, sino que se recogen pisando el suelo con la firmeza de su reivindicación.
No lo olvidemos, no lo olvides, porque aunque seas joven para ser el futuro necesitas reconocerte en el pasado que también está dentro de ti. En él habitan todos los que estuvieron luchando para mejorar el presente que sí eres.
Luis Alfonso Iglesias Huelga
Artículo publicado en Rioja2.com el 19 de Noviembre de 2025
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