Han asesinado a Laura por querer ser libre siendo mujer, sólo por eso, que nadie busque otras explicaciones.

Ayer la noticia de su asesinato abría los informativos. De nuevo la consternación, las declaraciones solemnes y una larga muestra de condolencias en todas sus formas nos imbuyeron por un día. El ritual de la condena toma el corazón de la sociedad.

Sin embargo, ayer la palabra “asesinada” o “patriarcado” deberían haber aparecido en todos los titulares, porque Laura, como las otras 93 mujeres asesinadas este año, ha sido asesinada bajo el amparo del patriarcado.

El dolor que todas las personas sanas sentimos debería llevarnos a consensos alejados de la barbarie para acabar con las violencias machistas. Lamentablemente hay quienes lo utilizan para apelar al miedo como solución ante el asesinato, precisamente, de esa mitad del mundo que lo padece solo por ser mujer.

Pero de verdad ¿alguien cree que la cadena perpetua va a evitar que las mujeres sigan siendo asesinadas?.

Razonadamente y a la vista de comparaciones con otros países en los que existe la cadena perpetua o la pena de muerte, EEUU por ejemplo, es imposible razonar una respuesta afirmativa.

No obstante, hay que recordar que en España ya tenemos regulada por ley una suerte de cadena perpetua. La llaman prisión permanente y fue propuesta y aprobada por el PP.  Ahora precisamente quienes se aferran a este último asesinato machista contra su derogación son los que, junto a otros, reclaman la abolición de la Ley para prevención y erradicación de la violencia de género contra las mujeres porque, afirman, que cercena la libertad del hombre. Esos individuos son los mimos que acusan de “feminazis” o radicales a quienes señalamos como último responsable del feminicidio en nuestro país (y en el mundo) a un sistema basado en la desigualdad y la explotación (de clase y de género).

Piden reformar el Código Penal quienes no tienen empacho en justificar a unos jueces y a una justicia que no vio violación en el caso de La Manada. Exigen “el ojo por ojo” los mismos que callan ante la opinión del jurado que, hace muy poco, entendió que intentar estrangular y acuchillar a una mujer es “maltrato ocasional”. Reclaman justicia precisamente aquellos que no ven una aberración en el hecho de que una pena de agresión sexual sea rebajada porque la víctima hizo teatro en el colegio.

En estos casos el problema no está solo en las leyes vigentes sino en las cabezas y en la mentalidad retrógrada y machista de quienes tienen la responsabilidad de interpretar y aplicar el Código Penal. Acabar con la justicia patriarcal sí es una prioridad.

Pero eso no interesa a las personas a las que me refiero. A esta gente, jaleada por una derecha indecente y medieval, en realidad le importan muy poco que las mujeres dejen de ser asesinadas, o violentadas; no quiere que sean libres y que la sociedad sea realmente igualitaria.

Sus pretensiones son mucho más perversas. Ellos quieren una sociedad en la que se anteponga el miedo, la amenaza a la pena y en última instancia el ojo por ojo (en todos los ámbitos de la vida) y lo justifican usando el humano deseo de venganza que en ocasiones nos asalta cuando nos arrebatan a alguien. El problema es que los machistas asesinos no son sino brazos ejecutores de un sistema asesino y patriarcal, y eso no lo para la amenaza de cárcel (los datos de EEUU hablan por sí solos). Eso es lo que hay que cambiar de raíz y de eso no hablamos.

Los asesinos de las 94 víctimas de este año las mataron porque se sentían con derecho a hacerlo, un sentimiento que impregna hasta el tuétano nuestro orden social y político, nuestra cultura, nuestra falsa convivencia.

Esto es una guerra que enfrenta a la justicia y la igualdad con la desigualdad, la violencia y quienes la amparan y utilizan: el patriarcado, el capital que genera sicarios machistas y asesinos.

El machismo mata, no el feminismo. Negarlo o cargar contra quienes están librando la batalla por la igualdad nos hace cómplices de las violencias contra la mujer.

No podemos caer en el error de elegir ser como ellos cuando nos invade el dolor y la rabia. Una sociedad en la que una mitad vive aterrada por la otra mitad es una sociedad enferma. Eso es lo que debemos cambiar, busquemos soluciones para ello.

La libertad por la que tantas mujeres han sido asesinadas no se construirá con miedos ni atajos.

Álvaro Sanz, Coordinador General de IU Aragón