Una bandeja de patatas picantes, merluza sin guarnición, un trozo de pan y una mandarina. Ese fue el menú que esta misma semana recibieron los niños y niñas del CEIP Valdespartera. No es un caso aislado. Estamos hablando de 320 criaturas que salieron del comedor escolar con hambre. Con hambre real. Familias que, un día más, ven cómo sus hijos e hijas llegan a casa pidiendo algo de comer, después de haber pasado toda la jornada en el cole.

Y no es nuevo. Llevamos años escuchando lo mismo en centros como Río Sena, donde las raciones se reducen a hidratos vacíos –patata, patata y más patata– y donde la proteína apenas aparece. Lo sabemos porque lo vivimos. Porque nos lo cuentan madres y padres, una y otra vez. Curso tras curso. Porque lo sufrimos en casa.

Lo más doloroso es que el problema, lejos de mejorar, va a peor. Con la puesta en marcha del nuevo contrato de comedores, son las mismas empresas de siempre las que vuelven a gestionar la alimentación de nuestros hijos e hijas. ¿El resultado? Menos comida, peor calidad y ninguna posibilidad de reacción ante lo que está fallando. ¿Por qué? Porque seguimos atrapadas en un sistema ineficaz y deshumanizado: la línea fría. Comida cocinada a kilómetros del centro escolar, refrigerada, transportada, recalentada y servida horas después. ¿De verdad creemos que eso es alimentar? ¿Eso es cuidar?

Las administraciones hablan constantemente de la importancia de la infancia, pero lo cierto es que se acomodan en un modelo de contratación que prioriza el ahorro frente a la salud. Las empresas recortan calidad sin consecuencias. Y mientras tanto, las familias –que necesitamos este servicio para conciliar, y que llevamos años reclamando algo tan básico como una alimentación digna– tenemos cada vez más claro que la diferencia está en tener cocinas in situ. No hay vuelta de hoja.

Y mientras tanto, desde el Gobierno de Aragón –antes el PSOE, ahora el PP– siguen apostando por un modelo precario, subcontratado y sin alma. Nos hablan del “Programa de Frutas” como si fuera la solución, pero lo que llega a los colegios son naranjas de Egipto y peras de Sudáfrica: duras, insípidas, sin sentido. ¿Eso es proximidad? ¿Eso es educación nutricional?

La realidad es clara: tanto PP como PSOE han fallado. Y quien el precio es nuestra infancia.

Lo que necesitamos no es una solución individual –llevarse a los peques a casa, tirar de abuelos o preparar tuppers–. Lo que hace falta es una respuesta colectiva, pública, garantizada y digna. Un modelo que ponga a las criaturas en el centro, que cuide desde la raíz, y que permita a todas las familias acceder a un comedor escolar de calidad, con comida cocinada en el propio centro, saludable y adaptada a sus necesidades.

Nosotras estaremos trabajando codo a codo junto con todas las AMPAS, AFAS, equipos directivos y a la Plataforma por unos Comedores Públicos de Calidad. Hay que seguir levantando la voz, seguir organizándose y salir a la calle. Porque con la comida no se juega. Y porque nuestros hijos e hijas merecen mucho más.

Elena García (Izquierda Unida Aragón)

Artículo publicado en Heraldo de Aragón el 23-05-2025