Con una obstinación digna de mejores objetivos, persiste en el consciente colectivo la idea de adjudicar a la Ciencia Histórica una objetividad que está muy lejos de ser la aspiración de cualquier historiador. Empeñados en reducir la Historia a la mera Crónica, cuando no a la Cronología, Geografía o Estadística, muchas personas buscan la Verdad con una esperanza de latonero en lo que son, nada más y nada menos, que elaboraciones humanas.
Porque la Historia no es ni debe de ser una ciencia objetiva. Reflexión sobre el pasado, intenta comprender al ser humano desde su pasado, llegar a conclusiones que le permitan entender la sociedad en la que vive, y sus líneas de fuerza. Es muy difícil entender la Historia de España sin observar y establecer relaciones entre diversos grandes temas que estructuran pasado y presente. No son muchos: La persistencia de la estructura de la sociedad agraria y la ausencia de una reforma agraria que no se perpetró, el papel de la Iglesia Católica y su incidencia sobre la sociedad, desde tiempos remotos, el papel del ejército, sobre todo en la Historia contemporánea, la debilidad histórica de una burguesía pacata que se retrasó en sus revoluciones, para encastrarse después en ellas… Pero esto no son verdades primigenias, son discutibles y aceptan, en mayor o menor grado, refutaciones, correcciones o matices. Podemos cometer errores en la estadística, en la nomenclatura o en la Crónica, errores a veces intencionados e interesados, pero la interpretación, la elaboración del relato histórico, es, por principio criticable y discutible
Empeñarse en una institución que dicte y establezca la verdad histórica es absurdo en sus propios términos. Si en lugar de fortalecer argumentos y aceptar la dialéctica del debate, expurgamos libros y, sobre todo, anatematizamos opiniones, estaremos haciendo un flaco favor a la Historia.
La Historia de España ya ha sido construida sobre unos cuantos mitos que permanecen inalterables, por muchas razones. La construcción de un relato único que condena a los heterodoxos a la llamas del Averno es clásica de muchísimas etapas de nuestra historia. De hecho, de casi todas.
Una de las características sobre la que se ha construido la historia nacional, es la pervivencia de la religión, cristiana primero, católica después, que conforma el carácter de los españoles, antes incluso de serlo. Quien era Pelayo es algo que se desconoce; la posibilidad de un espatario, un miembro de la guardia real visigoda, es remotísima; más bien nos encontraríamos con un jefe astur o cántabro, celoso de su territorio. Sin embargo, Covadonga es un mito fundacional, base de la Monarquía española. Ya pudieron “desgañitarse” Barbero y Vigil explicando que los reinos del norte utilizaban el recuerdo del reino visigodo para establecer una legitimidad a todas luces ficticia; El termino “Reconquista”, acuñado en el siglo XIX y asentado en el XX, establecía una continuidad en la monarquía española, católica y conservadora. Es igual que Calatañazor, la batalla, no existiese nunca ni que, obviamente, Santiago no comandara a los cruzados españoles. La historia nacional se asiente sobre tales mitos y se asienta en el subconsciente colectivo, siendo acríticamente aceptada.
Y así podemos inventarnos cosas como que España es la nación más antigua del mundo cuando su partida de nacimiento data del 19 de marzo de 1812, o reclamar una unidad que no existió durante la edad media ni moderna, remontándola a los celtíberos, verdadera unión de los hombres y las tierras de España.
Durante nuestra edad contemporánea, los tiempos de gobiernos progresistas se cuentan con los dedos: Trienio, Bienio, Sexenio, una República que pervive durante ocho años, tres de ellos en guerra. Nuestros espacios públicos, en los que todavía perviven huellas de las Dictaduras del Siglo XX, explican una Historia sesgada, oblicua, en que la mitad de los españoles han sido condenados al olvido. El “Honrado” Pi, Anselmo Lorenzo, Federica Montseny, Florez Estrada o Rafael de Riego han sido desplazados, expulsados de la memoria, Heterodoxos españoles, condenados a las sombras por los seguidores de Menendez Pelayo.
La memoria democrática consiste también en recuperar la historia de las manos de los Federicos Jiménez, de los Píos Moas, de tanto opinador nefasto, gurú de la verdad revelada. Memoria democrática es recuperar nuestros espacios para aquellos que han creído en otra España, y, muchas veces, lo han pagado caro. Memoria democrática es también devolverlos a los libros de texto, a la memoria, a la conciencia colectiva.
Jose Manuel Alonso
Responsable de Memoria Democrática de IU Aragón
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