Estos días hay decenas de miles de personas que, con un ramo de  flores, van a los cementerios. Les llevan flores a sus seres queridos. Mientras dejan las flores en su tumba les recuerdan, recuperan momentos, retazos de una vida vivida al lado de quien descansa en esa tumba en la que dejan las flores.

Quienes van al cementerio tienen, al menos, la posibilidad de dejar esas flores que testimonian el recuerdo. Pero el hecho de poder llevar flores a un ser querido que nos dejó es mucho más. Se va a la tumba porque se sabe donde está. Se puede ir porque dejar que los restos de una persona, aunque sean las cenizas de una incineración, aunque sean los restos inhumados, forma parte de la vida misma ya que, la muerte, es el acto final. Mientras dejan las flores, piensan, recuerdan retazos de una vida al lado de quien ya no está. Recuerdan, porque los vivieron juntos o juntas, esos últimos momentos en los que, quien muere y quien se queda, se sabe que la vida se acaba. Recuerdan esas manos cogidas en la despedida, ese último beso, esas lágrimas que hoy, mientras dejan las flores, en muchas ocasiones vuelven a salir.

La muerte, en ocasiones, llega sin avisar. Quienes han sufrido y vivido estas muertes inesperadas, incluso las que han sido violentas por un accidente, van igualmente a visitar a esas personas que se fueron. Pueden, también, llevar flores.

Estos días, como los de tantos y tantos años, hay decenas de miles de personas que no pueden llevar flores a quienes recuerdan, a quienes quieren, a quienes murieron.

No pueden llevarlas porque no saben donde están. Son las decenas de miles de familiares de aquellas decenas de miles de personas a las que asesinó el franquismo.

A lo más que pueden llegar es a llevar flores a ese barranco, a esa cuneta, a ese sitio donde les han dicho que el odio asesino dejó a personas asesinadas. Son ya tres las generaciones de ciudadanos y ciudadanas de este país que siguen sin poder llevar flores al lugar donde reposan los restos de sus familiares.

Tampoco pudieron acompañarlos en ese trance de la muerte, no pudieron cogerles las manos que las tenían atadas con cuerdas o alambres, no pudieron despedirse porque fueron arrancados, a empujones, de sus casas, no pudieron darles el último beso.

Quienes sufrieron el momento del asesinato de su padre o madre, de su abuelo o abuela, de su tío o tía, de su hijo o hija, de su hermano o hermana, de su compañero o compañera, de su novio o novia, de su amigo o amiga, tampoco pudieron velarlo, ni estuvieron acompañados o acompañadas en ese momento que, además de la dureza del asesinato, sufrieron el miedo y la incertidumbre de no saber si ellos o ellas irían, también, a para a una esas miles de fosas que aún siguen abandonadas.

Quienes no pueden llevar flores a ningún sitio no dejan de pensar, nunca, en como murieron. Imaginan el miedo, el dolor y el sufrimiento vivido. Los días de angustia al saberse perseguidos o perseguidas, el momento de la detención, los malos tratos y humillaciones, el paseo hasta la tapia y el asesinato frio, el tiro en la cabeza. Con rabia, con dolor, piensan lo que debió pasar quien, a solas, miraba al fusil o a la pistola que iba a matarle. Cada vez que piensan, o imaginan, lloran, pero lloran por dentro que son las lágrimas más amargas, las que más daño hacen. Lloran porque saben que, una vez asesinado o asesinada, fue arrojado a un pozo, junto con quienes, a la vez que  él o ella, murieron esa noche, o ese día. Pero no saben más.

Les gustaría, al menos, saber donde están. Querrían que fueran, al menos, reconocidos/as como víctimas de un salvaje genocidio. Querrían que, al menos, se pudiera juzgar a al régimen asesino. Querrían que la historia dejase de ser ocultada, ignorada, tergiversada, revisada y que se supiera lo que pasó. Querrían, al menos pensar que un día sí que podrán llevar flores a su gente querida porque, al menos, sabrán donde están.

Aspiran, quieren, cambiar el tiempo verbal para poder conjugarlo en positivo. Quieren poder llevar flores a sus seres queridos porque eso habrá sido un paso adelante en lo que este país necesita para ser, de verdad, democrático. Habrá  sido un paso adelante en la recuperación de la Memoria, de la Verdad, de la Dignidad y de la Justicia.

Aspiran, también, a que la Memoria Democrática, la condena del franquismo, la localización, recuperación e identificación de las víctimas y la reparación de su memoria y su dignidad, sea cuestión de estado y no dependa del compromiso y trabajo voluntario de las asociaciones de familiares de víctimas y de las asociaciones memorialistas que son quienes mantienen la lucha por la verdad y la dignidad.+

Adolfo Barrena, director ejecutivo de la Fundación 14 de Abril

Artículo publicado en Heraldo de Aragón el 3 de Noviembre de 2021