Al hilo de las declaraciones de Pablo Iglesias sobre el nivel democrático de este país, la derecha mediática, la derecha extrema, la extrema derecha, la derecha cobarde, la fauna tertuliana y hasta esa parte derechosa que se camufla tras una rosa, han montado una campaña de, por una parte defender el alto nivel democrático de este país, y por otra, que realmente es el objetivo, erosionar a Unidas Podemos y, por lo tanto, al Gobierno. Por eso, a la vez que se escandalizan por que se pone en cuestión, no la democracia, sino la calidad de la misma, piden la dimisión de Pablo Iglesias.
Vaya por delante que no comparto, en absoluto, las formas y maneras de hacer política de Pablo Iglesias. No me gustan los oportunismos, ni las sobreactuaciones porque, pienso, eso no es bueno para la política.
Pero dicho esto entro en lo de la calidad de la democracia de nuestro país. No voy a negar que España es una democracia. Viví mi juventud, y me hice mayor, luchando por que este país saliera de la dictadura. Fui una de esas miles y miles de anónimas personas que, en plena clandestinidad y sabiendo lo que se jugaban, en los años 70, se manifestaban a favor de la amnistía y libertad, que hacían huelgas para desestabilizar al franquismo, que repartían octavillas. Fui una de esas personas que lloró de rabia ante los asesinatos de Vitoria, que salió a la calle por los asesinatos de los abogados de Atocha, que vivió el miedo el 23 F. Se muy bien lo que es un país secuestrado por una dictadura. Pero se muy bien, a lo que parece mejor que mucha otra gente, lo que es la democracia.
Precisamente por eso no niego que vivo en un país democrático. Pero de ahí a compartir el engaño de la democracia plena, y de alto nivel, va un largo trecho.
Dice el diccionario, ese al que recurre tanta gente de orden, que Democracia es el sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes.
Por ahí empiezo. El primer déficit que le veo a esta democracia es que el pueblo español no elige al Jefe del Estado. Ya, en si mismo, una monarquía hereditaria, y más si la ha impuesto una dictadura, es incompatible con un sistema democrático pleno. Luego viene eso de la soberanía del pueblo, cuando sabemos, y padecemos, decisiones tan “soberanas” como las de salvar la banca antes que a la gente que se queda en la calle, o que no puede pagar la luz, o que vive en la pobreza.
Toda esta gente, que tan oportunistamente defienden la salud de nuestra democracia, les importa muy poco que esté vigente una Ley “democrática que encarcela sindicalistas, titiriteros/as, artistas que cantan o escriben y que se utiliza para reprimir protestas ciudadanas o críticas a gente que, como el campechano, se larga con alfombra roja y las maletas llenas. Defienden con uñas y dientes la “democrática reforma laboral”, se oponen a la nacionalización de las empresas de sectores estratégicos, consideran “democrático” que haya un 20 % de la ciudadanía viviendo en la pobreza, les parece una aberración hacer pagar impuestos a las rentas y patrimonios más altos y tienen la indecencia democrática de utilizar hasta el drama de la pandemia para sus intereses partidistas.
A toda esta gente, defensora del pedigree de nuestra democracia, le parece maravillosa, por eso impiden comisiones de investigación sobre los chanchullos y corruptelas, la inviolabilidad y falta de responsabilidad del jefe del estado que le da esa Constitución tan “perfectamente democrática que tenemos”. Toda esta cuadrilla, que declara la perfección de nuestra democracia, nada dice porque la cúpula del poder judicial está controlada, y en manos, de los dos principales partidos. Igualmente les debe parecer el summun democrático financiar con dinero público a la Iglesia Católica y permitir que se apropie de patrimonio público por la cara.
Vaya nivel democrático que tenemos cuando no se condena el franquismo, no se prohíben partidos fascistas con claros mensajes racistas, machistas y xenófobos, ni se ilegalizan fundaciones a mayor gloria de un dictador genocida, cuando se mantienen miles de fosas, con miles y miles de personas asesinadas, por barrancos y cunetas. Es, también, un signo inequívoco de calidad democrática que pueda afirmarse que hay que fusilar a medio país y no pase nada, aunque alguien vaya a la cárcel por cagarse en dios, o por decir que los borbones son ladrones.
Pues eso, que sí, que vivimos en un país democrático. Todo lo democrático que puede ser un país regido por el capitalismo y el liberalismo. Pero de eso, de reconocer que no vivimos en una dictadura, que no somos una república bananera, a exigirnos que reconozcamos una democracia perfecta hay una buena distancia.
¿Quién decide la calidad de una democracia?, ¿quién hace el test?, ¿quién pone la nota?. Desde luego hay gente que, viendo su historial, sabiendo de donde vienen, conociendo la historia reciente de los partidos políticos que dirigen y recordando sus trayectorias personales, no está capacitada para valorar la democracia.
Creo que nuestra democracia es manifiestamente mejorable, por eso defiendo que hace falta un nuevo proceso constituyente que eleve el nivel democrático de esta país en el que vivimos.
Adolfo Barrena Salces
Artículo publicado en Arainfo el 10 de febrero de 2021
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