El trampantojo es una técnica, usada fundamentalmente en la pintura, que tiene como objetivo “engañar al ojo”, hacer “ver” algo que no existe, dar una perspectiva falsa. En definitiva crear una imagen que, siendo falsa, se disfraza de realidad.
Los trampantojos, muy útiles en los decorados, son utilizados recurrentemente por desaprensivos y desaprensivas de la política, por la prensa amarilla y morbosa y por esas cohortes de sabelotodos que hay en las tertulias y en las redes sociales.
Gracias a engaños, mentiras y falsas verdades, se dice y cuenta lo que no es, se meten temas falsos en la agenda y, alrededor de la patraña, se construye un relato que, con premeditación y alevosía, engaña a la ciudadanía, a la vez que afianza las posiciones, generalmente acríticas, de ese personal afín que ejerce de acólito incondicional.
En estos días que vivimos, en plena campaña de las elecciones municipales y autonómicas, el trampantojo, como hacen esos virus que causan pandemias, infecta la opinión pública e invade a la ciudadanía.
Así, con muy poco bagaje ético y moral, la derecha y el facherío patrio extienden la epidemia, tratan al personal como si no hubiera alcanzado la mayoría de edad en la política y la democracia y utilizan el trampantojo para apuntalar y justificar su actitud, para argumentar su verborrea y, de paso, para jugar al escondite con su falta de programa y su falta de ideas.
Les hemos visto, en estos días, ocupar la escena, llenar titulares y programas, acaparar la opinión pública con hechos y afirmaciones que no responden a la verdad, que se alejan de las necesidades del personal y que tan solo pretenden distorsionar la realidad para ambientar su populismo barato.
El virus no es nuevo. Trump, Bolsonaro, la ultraderecha europea, desgraciada, y lamentablemente, ya han demostrado su utilidad en la política.
Aquí ya se había intentado en 2004, pero no cuajó. Nadie, ni siquiera quienes pretendieron utilizarlo, se creyó que la salvajada de Atocha era cosa de ETA.
Pero ahora el trampantojo, como otra epidemia más, está en la fase de contagio comunitario y llega a ser preocupante por cuanto hay una trasmisión sostenida.
El último virus del trampantojo se incuba cuando Bildu, partido absolutamente legal, incluye en sus listas electorales a personas que han sido juzgadas y condenadas por terrorismo. Personas, todas ellas, que han cumplido su condena. Lo primero que tapa la trampa, es que la Constitución de este país, y las leyes penales que derivan de ella, establecen que el objetivo del encarcelamiento es la reinserción en la sociedad de quien ha sido condenado/a y ha cumplido su condena. Lo segundo que hace es demostrar la falsedad y el cinismo de quienes, como el PP y la derecha, estuvieron años invitando a los/as terroristas a abandonar las armas y optar por la vía política y democrática.
El virus se hace más violento, agresivo y contaminante, cuando la desfiguración de la realidad les lleva al escenario irreal de que hay terroristas con los que se está negociando. La trampa niega, deliberadamente, que la banda terrorista abandonó las armas en 2011 y que se disolvió en 2018. No hay, por consiguiente, terroristas. Ni ETA está viva, como afirmaba la mentirosa presidenta de la Comunidad de Madrid. Ni nadie negocia con terroristas, como repiten. En este país el terrorismo fue derrotado por la democracia.
El trampantojo se refuerza con esa referencia peyorativa a los/as “herederos/as de terroristas”.
Este es un recurso habitual entre el facherío patrio, entre las derechas ultras y más ultras, entre los medios de comunicación, entre un sector de la fauna tertuliana y entre esa derecha del PSOE que tiene a Felipe González de icono.
Todas estas gentes declaran la inconveniencia, el desacuerdo y su incomodidad con tener alguna relación con quienes consideran herederos/as del terrorismo.
No vemos a estas buenas gentes declarar ninguna aversión, oposición, incomodidad o inconveniencia alguna a relacionarse con los/as herederos/as del franquismo que, como ya sabemos, cometió crímenes de lesa humanidad.
Los asesinatos, extorsiones y delitos de ETA han sido juzgados y sus responsables y ejecutores/as han estado, y están, en prisión.
El franquismo (estuvo fusilando hasta 1975), gracias a la preconstitucional Ley de Amnistía de 1977, dejó de ser un régimen genocida y fascista y sus responsables, ejecutores, asesinos y torturadores, recibieron el carnet de demócratas. Además de concurrir a las elecciones, se integraron en las instituciones, en la policía, en el ejército, en la iglesia, en las empresas, en la judicatura, en la banca,… y ahí se quedaron. Ni siquiera hicieron eso tan católico del «acto de contrición» y «propósito de la enmienda». Pero eso, a lo que se ve, a nadie molesta. No pasa nada porque sus herederos/as estén por aquí, que hagan misas y exaltaciones franquistas, que hablen de la necesidad de fusilar a medio país y que marquen la agenda de más de un gobierno.
No fueron, y a lo que se ve no lo serán, juzgados/as y ni siquiera ha sido condenado el franquismo que gozó, y goza (a pesar de resoluciones de Naciones Unidas), de impunidad absoluta. El blanqueo es tal que casi nadie pone reparos a votar, relacionarse, pactar, negociar y acordar con los/as herederos/as del franquismo. De aquello, dicen, hay que pasar página.
Lo bueno es que para este virus hay vacuna. El próximo domingo digamos, con nuestro voto democrático, que les hemos pillado, que nos hemos dado cuenta del trampantojo, que sabemos que lo único que pretenden es confundirnos distorsionando la realidad. Digamos, con nuestro voto responsable, que no caemos en la trampa de ese decorado de fondo con el que representan su ópera bufa del populismo.
Adolfo Barrena Salces, Director Ejecutivo de la Fundación 14 de Abril
Artículo publicado en Arainfo el 23 de Mayo de 2023
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