Todo lo que rodea ese evento social y morboso en el que, los medios de comunicación, las tertulias, las redes sociales, la derecha de toda la vida y una cohorte de personas serviles y lacayas, han convertido la vuelta a nuestro país del rey delincuente, es un insulto.

Ya lo es, en si mismo, el hecho real de esa inviolabilidad constitucional que ha aprovechado para delinquir, para enriquecerse de manera obscena, y para llenar de vergüenza y porquería la Jefatura del Estado.

Es un insulto real que sufrimos todos y todas quienes vivimos en este país. Nos insultan a la cara, directamente nos dicen que hay una persona que, por ser rey, es jefe del estado y que puede cometer cualquier abuso y tropelía ya que, esa carta magna que tenemos, y que casi nadie quiere cambiar, le da esa inmoral e indecente inviolabilidad, que no tiene que dar cuentas a nadie y que puede llenarse los bolsillos y las maletas a base de esquilmar recursos públicos.

Hasta aquí la utilización del calificativo real no tiene nada que ver con la realeza. Es la constatación de una realidad. Esto no es interpretable, ni manipulable. Es un hecho verdadero que expresa las cosas tal como son. No depende de gustos, ni de intereses, ni tiene que ver con los sentimientos. Las cosas son como son, se ajustan a la realidad y, lo evidente, es que la vuelta del campechano, tal y como se está desarrollando, es un insulto real.

La realidad es que, en ninguno de los casos abiertos contra el Borbón, y son unos cuantos delitos, la Justicia le ha declarado inocente. En todos y cada uno de los casos, en todas las cuestiones de las que hay noticia y expediente judicial, el emérito campechano ha resultado culpable pero ha eludido la condena y las responsabilidades por la prescripción de los delitos, por la inviolabilidad recogida en la Constitución, o porque ha regularizado con hacienda, gracias a haber sido avisado, alguno de esos ingresos que han ido a parar a algunas de sus cuentas corrientes.

La otra acepción del adjetivo “real” tiene que ver con la realeza. Aunque estamos en pleno siglo XXI, y las monarquías son un anacronismo, siguen existiendo las dinastías que conforman quienes, no entro ahora en las razones por las que han llegado a ello, pertenecen a una familia real.

Aquí, desde 1700, tenemos a los Borbones que son quienes conforman la familia real y que son quienes utilizan el calificativo “real”, anteponiéndolo a los sustantivos. La forma más conocida es esa de la “real gana” que significa aquello de hago lo que quiero, como quiero, donde quiero y cuando quiero porque para eso soy rey, o reina, príncipe, princesa, infante, infanta, yerno o emérito.

Así las cosas sufrimos un continuado “real insulto”, que comete una persona de esa dinastía que habíamos echado por ladrones y corruptos, pero que, por designios de un dictador, fue elevada al trono de España.

Lo triste es que, de paso que realmente nos imponían una “real familia”, consolidaban esa España carpetovetónica que valoraba más la caza y los toros que la cultura, que se pasaba la vida, así nos lo contaban el Nodo y la prensa rosa, de sarao en sarao y que seguía en las altas esferas y centros de poder.

El “real insulto”, derivada de eso de la “real gana”, se hizo constitucional y significó una patente de corso real para la realeza.

Nos “convencieron” de que eso, una monarquía constitucional, era el mejor camino para llegar a la democracia y, de paso, consiguieron que siga presente, en nuestro modelo social y cultural actual, una tendencia al vasallaje, que mucha gente, y no solo quienes se declaran abiertamente monárquicos/as, ha interiorizado. Ahora, y lo estamos viendo con este “real insulto”, hay una parte de esta sociedad que siente respeto por la monarquía y justifica, e incluso comprende, sus desmanes, devaneos y delitos.

La valoración pública, mediática y ciudadana que estamos viendo de este “real insulto” que es la vuelta de un delincuente, por muy emérito y campechano que sea, al país de cuya ciudadanía se ha burlado, es la prueba palpable de que esa España rancia, servil, sumisa y patriota que se formó bajo la dictadura franquista despierta.

Berlanga, en sus geniales películas, retrató esta España caduca y miserable que aplaude los “reales insultos” mientras mira para otro lado ante ese insulto real que el emérito, como hicieron los anteriores Borbones, hace a toda la gente decente de este país.

Adolfo Barrena, director ejecutivo de la Fundación 14 de Abril

Artículo publicado en Arainfo, diario libre d’aragon el 23 de mayo de 2022