Estés donde estés, compañero Luis, seguro que hoy estás contento y esperanzado
Hoy empieza el trámite parlamentario una Ley que debería significar, después de pasar por la Comisión de Sanidad, por el pleno de la cámara baja y por el Senado, la despenalización de la eutanasia en este país. Una Ley que dará al suicidio, y al suicidio asistido, una protección legal que incluso se incluirá en el Sistema Nacional de Salud.
Es otra propuesta del Gobierno progresista que, para cabreo de la derecha ramplona, tenemos.
Es una ley que habla de derechos, de derechos fundamentales de la ciudadanía, de los dos más inviolables que tiene todo ser humano, como son el de la vida y el de la libertad.
Ese doble derecho, inalienable, cuando el de la vida está gravemente afectado por unas condiciones de salud extremas e irreversibles; cuando la enfermedad nos aboca a situaciones de insoportable dependencia que es, además, invalidante; cuando la existencia depende de medios extraordinarios, o de estar conectado/a a máquinas de supervivencia; cuando quedamos sometido/a a estados vegetativos, … debemos ser honestos. En estos casos ¿estamos procurando por la vida? o ¿estamos prolongando innecesariamente la agonía?.
En función del derecho de libertad, la persona afectada debe tener derecho a elegir una muerte digna. Este derecho es inseparable del derecho a una información veraz y rigurosa que, ante una situación irreversible o terminal, permita decidir con el necesario conocimiento de causa si decidimos morir, si renunciamos libre y voluntariamente a una no deseada prolongación de nuestra existencia. Y aquí viene el derecho a morir con la misma dignidad con la que se ha vivido, derecho que significa decidir el momento de nuestra propia muerte con la misma autonomía que hemos tenido en nuestra vida. El concepto de morir dignamente, así como el de ayudar a morir dignamente, debe ser entendido como el respeto a la persona en la elección de cuándo morir.
Los centros sanitarios, especialmente los públicos aunque la ley debe obligar a todos, deben garantizar el acompañamiento familiar en estos casos, una adecuada atención a la persona enferma, tanto en lo que se refiere al dolor como en lo referente a cuidados paliativos, recogiendo la posibilidad de prestarlos en el centro sanitario o en el domicilio, siempre respetando la decisión libre y personal de la persona enferma o, en el caso de que no pueda decidir o no esté en condiciones de hacerlo, de sus familiares y allegados.
Mal que les pese a los curas y a esos espacios que el nacionalcatolicismo tiene todavía en nuestra sociedad, la vida es un fenómeno natural, no es un misterio trascendente ni es un regalo divino, como quieren hacernos creer desde los púlpitos.
Las personas somos los únicos dueños de nuestra vida y por eso somos los únicos dueños de nuestra muerte. Esta ley, espero que salga adelante, obligará a respetar la dignidad de las personas moribundas, protegerá la voluntad de morir voluntariamente y con la debida atención de aquellas personas que, como pacientes, no quieran estar vivos sin poder vivir.
Defiendo una muerte digna y morir dignamente es más que morir libre de dolor, es más que disponer de los analgésicos y tranquilizantes necesarios. Morir dignamente es el último derecho que debemos y que podemos ejercer.
Adolfo Barrena
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